En opinión de la izquierda abertzale, los sectores trabajadores y populares debemos oponernos al TAV. Hay muchas razones para ello:
En primera lugar, el Tren de Alta Velocidad se trata de un proyecto que viene a reforzar el modelo económico y social neoliberal de PNV, UPN, UMP y PSOE. Un modelo que busca multiplicar los beneficios empresariales a costa de los derechos sociales y laborales de los sectores trabajadores y populares. Un modelo que está precarizando a golpe de ley, decreto y reforma las condiciones de vida de la inmensa mayoría de las personas a fin de engordar la cuenta de resultados de empresas constructoras, bancos y demás. El TAV viene a reforzar el modelo de las privatizaciones y deslocalizaciones, de la precariedad laboral, de la rebaja recurrente del impuesto de sociedades, de los recortes permanentes en gasto social, de la especulación del suelo y la vivienda y del chanchullo y robo de dinero público por parte de cargos asignados a dedo por los responsables políticos, como en la hacienda de Irun, el Guggenheim o el Balentziaga. Y el TAV es el vivo reflejo de ese modelo: los empresarios apadrinados por PNV, UPN y PSOE pretenden hacer el negocio de su vida con los 10.000.000.000 de euros que, una vez más, habrán de salir de los bolsillos de los sectores trabajadores y populares, mientras que acuciantes necesidades sociales como el uso y disfrute de una vivienda o la percepción de prestaciones sociales dignas continuarán desatendidas.
Sin lugar a dudas, tras el TAV se esconden grandes intereses económicos; pero también inconfesables intereses políticos. Y es que 10.000.000.000 de euros dan para mucho. Por supuesto, también para “incentivar” a los sectores más inmovilistas de PNV y UPN y, por ende, para alimentar el marco de la negación, partición y sometimiento de Euskal Herria.
En segundo lugar, el TAV se trata de un proyecto que refuerza el actual marco jurídico-político. Un marco que niega a los sectores trabajadores y populares la capacidad de decisión sobre su presente y su futuro y los condena a la precariedad.
Se trata de una imposición en mayúsculas. Precisamente, El TAV es reflejo de la situación de sometimiento y falta de soberanía que padece Euskal Herria. Todas las decisiones estratégicas en torno a esta cuestión han sido tomadas en Madrid y París, a espaldas de los y las ciudadanas vascas, y por supuesto a espaldas de las necesidades e intereses de la ciudadanía vasca, por mucho que el PNV se refiera a él como “el máximo exponente del autogobierno vasco” cuando se trata de demostrar lo muy bueno, por muy vasco, que es el TAV.
En tercer lugar, tal y como ha denunciado en mil y una ocasiones el movimiento opositor al TAV, el proyecto se ha desarrollado en ausencia total de información y de cauces de participación. Lo que muestra bien a las claras cuál es el concepto de democracia del PNV y UPN, pero también de EA e IU.
El señor Ibarretxe se llena la boca con el ejercicio del derecho a decidir, con la defensa de la madurez de la sociedad vasca para tomar sus decisiones. Pero curiosamente, el Gobierno de Ibarretxe, niega la capacidad de decisión de la ciudadanía en torno a tan controvertido proyecto y le abre paso a base de porrazos, presiones y amenazas a los y las afectadas y criminalización del movimiento opositor, con el objetivo de quitar de en medio cualquier voz discordante y oposición popular y municipal.
Con todo, el TAV es el máximo exponente de la necesidad del cambio político y social en Euskal Herria. Los sectores trabajadores y populares necesitamos la soberanía para poder decidir sobre nuestro futuro; también sobre el modelo de transporte, de ordenación del territorio y de sociedad. En definitiva, para poder construir una Euskal Herria radicalmente distinta al modelo TAV.
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